Los dos últimos días he tenido la suerte de poder compartir espacio y reflexiones con un grupo muy particular de profesionales. Todos ellos con algo en común; se sintieron pronto llamados a ejercer una actividad que aportaba algo al mundo y además sentían pasión por ello. Su vocación
La mayoría de mortales les vemos como héroes, y sólo algunos pocos procuramos pararnos a entender que les ha llevado a tener ese propósito, tomando cierta conciencia de “la profundidad” de los procesos emocionales por los que atraviesan y los efectos sobre su persona.
Médicos, sanitarios en servicios de urgencias, servicios paliativos y otros. Forenses judiciales. Educadores y terapeutas que acompañan a personas con necesidades o circunstancias especiales y, a veces, extremas. A niños, implicados en casos graves de violencia, física o psíquica, exclusión social. Abogados...
Resumiendo; llevo un par de días disfrutando el privilegio de escuchar en primera persona los testimonios y experiencias, en algunos casos durísimos, de seres humanos dedicados a labores que implican un plus de constancia, entrega y compromiso con otros seres humanos, con la sociedad, pero que, además, conjugan con un componente de carga emocional ciertamente extraordinario.
¿Cómo se informa a unos padres fuera de sí que no se pudo hacer más por su hijo de cuatro años
(que resbaló accidentalmente en la bañera), darse la vuelta, recomponerse y proyectar tus próximas seis horas de guardia en urgencias?
¿Y si entra otro accidente justo después?
¿Con qué energía abrazas a tus hijos, de seis y tres años, al final de esa guardia?
Imagina ser maestro, educador en un centro para niños pertenecientes a familias en riesgo de exclusión. Hay casos muy complejos, incluso próximos a situaciones de desnutrición previas a la intervención de otros mecanismos de protección al menor.
La Administración, o la organización para la que trabajas, determina unos recursos y una normativa regula cuantas ingestas de alimentos realizan en el centro los niños que atiendes. Un día tras otro, uno de esos niños, de ocho años, sin recursos, te dice al salir “tengo mucha hambre y en mi casa nunca hay nada para comer”. Y sabes que son las 15:00 horas y que seguramente lo único que comerá hoy será lo que le habéis dado en el centro.
Vanessa y Lorena, me decían esta mañana que ellas lo luchan y lo continuarán haciendo “hasta que puedan”.
Vanessa añadía a su relato sobre el caso del niño que le pedía comida;
“Mercè, podría hacer otras cosas, ser maestra en una escuela “normal”. Pero aquí vendría otro funcionario, a veces obligado a
cubrir plaza, porque esta plaza, aquí, no la quiere nadie… Y yo vivo esto, me implicó. Sé que yo voy a hacerlo por ellos. Por ellos y por mí. Porque yo nací para esto y lo haré hasta que pueda. Tengo claro que llegará el día que algo me lleve al límite”.
Viven entre el sentido del deber, la entrega, el convencimiento que ellos aportan algo que quizá otros no están dispuestos o capacitados a aportar, y el terrible peso emocional que intrínsecamente implica su profesión, tanto para ellos como para sus seres queridos.
Cuando les he preguntado quién les preparo y acompañó y quién les acompaña, para poder hacer frente a todos esos retos emocionales, el modo como me han contestado ha sido diverso, pero la respuesta única: NADIE.
Alguien ríe y dice "Bueno sí, en casa. Pero a ver, se hacen cargo pero no paran de decirme que lo deje, que no merece la pena".
¿Quién, qué organización o administración prepara en nuestro país a estos “héroes” a dirigir y equilibrar sus emociones para mantenerse saludables y capaces de ejercerlas poniendo a recaudo su integridad? Ellos me cuentan que nadie, que a veces ellos mismos buscan soluciones a nivel particular.
María se ríe con desdén e interviene “si, si, te dicen que ojo con la híper-empatía, que si te pasas te puedes quebrar. Que no te lo lleves a casa, que sólo es trabajo. Tócate los… Yo trabajo con sentimientos con patas”.
Marta da un sorbo a su café con leche y añade “mecanizas algunas cosas que son más fáciles. Al principio mis amigos no entendían cómo podía hacer el levantamiento de un cadáver y después irme a desayunar y bromear con los compañeros. Y eso en realidad, es bastante fácil. Es peor la vuelta a casa, en coche, si te pilla el atasco después de algunas situaciones. Mucho peor quedarte a solas con tus pensamientos".
“Lo has pensado muchas veces antes que te pase, pero nunca puedes hacerte a la idea de lo que vas a sentir cuando un interno comparte contigo que supone estar encerrado. La lucha interna por convencerte de que es lo justo y no implicarte emocionalmente es criminal”.
Luís era terapeuta en un centro penitenciario. Ahora es preparador físico en una cadena de gimnasios.
Mi curiosidad científico-egoísta, me tienta a querer saber más sobre sus herramientas, sus experiencias de aprendizaje, el origen de su superresiliencia aparentemente inquebrantable, porque sus viajes son sinceramente extraordinarios y siempre, hasta en el peor de los casos, inspiradores para alguien como yo, que aunque con bastante vivido y, aparentemente, más herramientas que todos ellos juntos en el maletín, se siente una teórica casi ilegitimada ante sus testimonios.
Este post no pretende más que ser una pequeñísima reflexión sobre cómo se siente y vive el coste de la vocación en ciertas profesiones. Hay mucho por hacer todavía para mejorar nuestra vida y la de los héroes que nos acompañan en el viaje, y todos debemos implicarnos para avanzar.
Gracias a todos vosotros por tanto
El resto de mortales necesitamos vuestra inspiración, pero también entender que detrás de todo héroe hay un ser humano, con necesidades e implicaciones emocionales.
Los dos últimos días he tenido la suerte de poder compartir espacio y reflexiones con un grupo muy particular de profesionales. Todos ellos con algo en común; se sintieron pronto llamados a ejercer una actividad que aportaba algo al mundo y además sentían pasión por ello. Su vocación
La mayoría de mortales les vemos como héroes, y solo algunos pocos, procuramos pararnos a entender que les ha llevado a tener ese propósito, tomando cierta conciencia de “la profundidad” de los procesos emocionales por los que atraviesan y los efectos sobre su persona.
Médicos, sanitarios en servicios de urgencias, servicios paliativos y otros. Forenses judiciales. Educadores y terapeutas que acompañan a personas con necesidades o circunstancias especiales y, a veces, extremas. A niños, implicados en casos graves de violencia, física o psíquica, exclusión social. Abogados...
Resumiendo; llevo un par de días disfrutando el privilegio de escuchar en primera persona los testimonios y experiencias, en algunos casos durísimos, de seres humanos dedicados a labores que implican un plus de constancia, entrega y compromiso con otros seres humanos, con la sociedad, pero que, además, conjugan con un componente de carga emocional ciertamente extraordinario.
¿Cómo se informa a unos padres fuera de sí que no se pudo hacer más por su hijo de cuatro años
(que resbaló accidentalmente en la bañera), darse la vuelta, recomponerse y proyectar tus próximas seis horas de guardia en urgencias?
¿Y si entra otro accidente justo después?
¿Con qué energía abrazas a tus hijos, de seis y tres años, al final de esa guardia?
Imagina ser maestro, educador en un centro para niños pertenecientes a familias en riesgo de exclusión. Hay casos muy complejos, incluso próximos a situaciones de desnutrición previas a la intervención de otros mecanismos de protección al menor.
La Administración, o la organización para la que trabajas, determina unos recursos y una normativa regula cuantas ingestas de alimentos realizan en el centro los niños que atiendes. Un día tras otro, uno de esos niños, de ocho años, sin recursos, te dice al salir “tengo mucha hambre y en mi casa nunca hay nada para comer”. Y sabes que son las 15:00 horas y que seguramente lo único que comerá hoy será lo que le habéis dado en el centro.
Vanessa y Lorena, me decían esta mañana que ellas lo luchan y lo continuarán haciendo “hasta que puedan”.
Vanessa añadía a su relato sobre el caso del niño que le pedía comida;
“Mercè, podría hacer otras cosas, ser maestra en una escuela “normal”. Pero aquí vendría otro funcionario, a veces obligado a
cubrir plaza, porque esta plaza, aquí, no la quiere nadie… Y yo vivo esto, me implicó. Sé que yo voy a hacerlo por ellos. Por ellos y por mí. Porque yo nací para esto y lo haré hasta que pueda. Tengo claro que llegará el día que algo me lleve al límite”.
Viven entre el sentido del deber, la entrega, el convencimiento que ellos aportan algo que quizá otros no están dispuestos o capacitados a aportar, y el terrible peso emocional que intrínsecamente implica su profesión, tanto para ellos como para sus seres queridos.
Cuando les he preguntado quién les preparó y acompañó y quién les acompaña, para poder hacer frente a todos esos retos emocionales, el modo como me han contestado ha sido diverso, pero la respuesta única: NADIE.
Alguien ríe y dice "Bueno sí, en casa. Pero a ver, se hacen cargo, pero no paran de decirme que lo deje, que no merece la pena".
¿Quién, qué organización o administración prepara en nuestro país a estos “héroes” a dirigir y equilibrar sus emociones para mantenerse saludables y capaces de ejercerlas poniendo a recaudo su integridad? Ellos me cuentan que nadie, que a veces ellos mismos buscan soluciones a nivel particular.
María se ríe con desdén e interviene “si, si, te dicen que ojo con la hiperempatía, que si te pasas te puedes quebrar. Que no te lo lleves a casa, que solo es trabajo. Tócate los… Yo trabajo con sentimientos con patas”.
Marta da un sorbo a su café con leche y añade “mecanizas algunas cosas que son más fáciles. Al principio mis amigos no entendían como podía hacer el levantamiento de un cadáver y después irme a desayunar y bromear con los compañeros. Y eso en realidad, es bastante fácil. Es peor la vuelta a casa, en coche, si te pilla el atasco después de algunas situaciones. Mucho peor quedarte a solas con tus pensamientos”.
“Lo has pensado muchas veces antes que te pase, pero nunca puedes hacerte a la idea de lo que vas a sentir cuando un interno comparte contigo que supone estar encerrado. La lucha interna por convencerte de que es lo justo y no implicarte emocionalmente es criminal”.
Luís era terapeuta en un centro penitenciario. Ahora es preparador físico en una cadena de gimnasios.
Mi curiosidad científico-egoísta, me tienta a querer saber más sobre sus herramientas, sus experiencias de aprendizaje, el origen de su superresiliencia aparentemente inquebrantable, porque sus viajes son, sinceramente, extraordinarios y siempre, hasta en el peor de los casos, inspiradores para alguien como yo, que aunque con bastante vivido y, aparentemente, más herramientas que todos ellos juntos en el maletín, se siente una teórica casi ilegitimada ante sus testimonios.
Este post no pretende más que ser una pequeñísima reflexión sobre cómo se siente y vive el coste de la vocación en ciertas profesiones. Hay mucho por hacer todavía para mejorar nuestra vida y la de los héroes que nos acompañan en el viaje, y todos debemos implicarnos para avanzar.
Gracias a todos vosotros por tanto
El resto de mortales necesitamos vuestra inspiración, pero también entender que detrás de todo héroe hay un ser humano, con necesidades e implicaciones emocionales.
Los dos últimos días he tenido la suerte de poder compartir espacio y reflexiones con un grupo muy particular de profesionales. Todos ellos con algo en común; se sintieron pronto llamados a ejercer una actividad que aportaba algo al mundo y además sentían pasión por ello. Su vocación
La mayoría de mortales les vemos como héroes, y solo algunos pocos procuramos pararnos a entender que les ha llevado a tener ese propósito, tomando cierta conciencia de “la profundidad” de los procesos emocionales por los que atraviesan y los efectos sobre su persona.
Médicos, sanitarios en servicios de urgencias, servicios paliativos y otros. Forenses judiciales. Educadores y terapeutas que acompañan a personas con necesidades o circunstancias especiales y, a veces, extremas. A niños, implicados en casos graves de violencia, física o psíquica, exclusión social. Abogados...
Resumiendo; llevo un par de días disfrutando el privilegio de escuchar en primera persona los testimonios y experiencias, en algunos casos durísimos, de seres humanos dedicados a labores que implican un plus de constancia, entrega y compromiso con otros seres humanos, con la sociedad, pero que, además, conjugan con un componente de carga emocional ciertamente extraordinario.
¿Cómo se informa a unos padres fuera de sí que no se pudo hacer más por su hijo de cuatro años
(que resbaló accidentalmente en la bañera), darse la vuelta, recomponerse y proyectar tus próximas seis horas de guardia en urgencias?
¿Y si entra otro accidente justo después?
¿Con qué energía abrazas a tus hijos, de seis y tres años, al final de esa guardia?
Imagina ser maestro, educador en un centro para niños pertenecientes a familias en riesgo de exclusión. Hay casos muy complejos, incluso próximos a situaciones de desnutrición previas a la intervención de otros mecanismos de protección al menor.
La Administración, o la organización para la que trabajas, determina unos recursos y una normativa que regula cuantas ingestas de alimentos realizan en el centro los niños que atiendes. Un día tras otro, uno de esos niños, de ocho años, sin recursos, te dice al salir “tengo mucha hambre y en mi casa nunca hay nada para comer”. Y sabes que son las 15:00 horas y que seguramente lo único que comerá hoy será lo que le habéis dado en el centro.
Vanessa y Lorena, me decían esta mañana que ellas lo luchan y lo continuarán haciendo “hasta que puedan”.
Vanessa añadía a su relato sobre el caso del niño que le pedía comida;
“Mercè, podría hacer otras cosas, ser maestra en una escuela “normal”. Pero aquí vendría otro funcionario, a veces obligado a
cubrir plaza, porque esta plaza, aquí, no la quiere nadie… Y yo vivo esto, me implicó. Sé que yo voy a hacerlo por ellos. Por ellos y por mí. Porque yo nací para esto y lo haré hasta que pueda. Tengo claro que llegará el día que algo me lleve al límite”.
Viven entre el sentido del deber, la entrega, el convencimiento que ellos aportan algo que quizá otros no están dispuestos o capacitados a aportar, y el terrible peso emocional que intrínsecamente implica su profesión, tanto para ellos como para sus seres queridos.
Cuando les he preguntado quién les preparó y acompañó y quién les acompaña, para poder hacer frente a todos esos retos emocionales, el modo como me han contestado ha sido diverso, pero la respuesta única: NADIE.
Alguien ríe y dice "Bueno sí, en casa. Pero a ver, se hacen cargo pero no paran de decirme que lo deje, que no merece la pena".
¿Quién, qué organización o administración prepara en nuestro país a estos “héroes” a dirigir y equilibrar sus emociones para mantenerse saludables y capaces de ejercerlas poniendo a recaudo su integridad? Ellos me cuentan que nadie, que a veces ellos mismos buscan soluciones a nivel particular.
María se ríe con desdén e interviene “si, si, te dicen que ojo con la hiperempatía, que si te pasas te puedes quebrar. Que no te lo lleves a casa, que solo es trabajo. Tócate los… Yo trabajo con sentimientos con patas”.
Marta da un sorbo a su café con leche y añade “mecanizas algunas cosas que son más fáciles. Al principio mis amigos no entendían cómo podía hacer el levantamiento de un cadáver y después irme a desayunar y bromear con los compañeros. Y eso en realidad, es bastante fácil. Es peor la vuelta a casa, en coche, si te pilla el atasco después de algunas situaciones. Mucho peor quedarte a solas con tus pensamientos".
“Lo has pensado muchas veces antes que te pase, pero nunca puedes hacerte a la idea de lo que vas a sentir cuando un interno comparte contigo que supone estar encerrado. La lucha interna por convencerte de que es lo justo y no implicarte emocionalmente es criminal”.
Luís era terapeuta en un centro penitenciario. Ahora es preparador físico en una cadena de gimnasios.
Mi curiosidad científico-egoísta, me tienta a querer saber más sobre sus herramientas, sus experiencias de aprendizaje, el origen de su superresiliencia aparentemente inquebrantable, porque sus viajes son, sinceramente, extraordinarios y siempre, hasta en el peor de los casos, inspiradores para alguien como yo, que aunque con bastantes vivido y, aparentemente, más herramientas que todos ellos juntos en el maletín, se siente una teórica casi ilegitimada ante sus testimonios.
Este post no pretende más que ser una pequeñísima reflexión sobre cómo se siente y vive el coste de la vocación en ciertas profesiones. Hay mucho por hacer todavía para mejorar nuestra vida y la de los héroes que nos acompañan en el viaje, y todos debemos implicarnos para avanzar.
Gracias a todos vosotros por tanto
El resto de mortales necesitamos vuestra inspiración, pero también entender que detrás de todo héroe hay un ser humano, con necesidades e implicaciones emocionales.
Mercè López | Enero 2022
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Mercè López Colomé | Septiembre 2021